Casi desde que llegué a España, oía un estupendo programa de Radio Nacional, «Al cabo de la calle», que dirigía y presentaba Pedro Piqueras. Me gustaba mucho y, por ello, pensé que debíamos intervenir en él. Así que, completamente decidida a asistir, telefoneé y se mostraron encantados de recibirnos; por entonces, Ricardo Frazer tenía bastante proyección mediática.  

Era Pascua. Nos recibió Piqueras personalmente, es alguien muy amable, educado, y cercano. Nos comentó que le encantaba el tango y, juntos, acabamos interpretando a pleno pulmón y con absoluta entrega, una de las canciones más famosas de este género,  «Cambalache». Al término de nuestro tiempo en el programa, se ofreció a acompañarnos hasta la salida. 

Cuando nos despedíamos, nos preguntó dónde vivíamos y le contestamos que en Villalba.  Le pareció genial, porque él vivía en Las Rozas y quería invitarnos a una barbacoa en su jardín..

Pero, suele ocurrir que las gentes del teatro nos pasamos la vida recorriendo kilómetros a lo bestia y nos ausentamos larguísimas temporadas de nuestra casa. Por ello, cuando nos toca descansar, lo único que deseamos es disfrutar, ¡por fin!, del hogar, y me temo que, cuando estamos en él,  tomamos una actitud bastante ermitaña y no hay quien nos mueva de allí. 

Algunos años después, nos lo cruzamos por los pasillos de TVE, y, fue todo tan agradable como entonces.

Fue pasando el tiempo, y  yo, siempre, lo incluía en el «mailing» que hacía para prensa, pero nunca tuve en cuenta su paso por distintas cadenas.

Este año, un día antes de una función en Madrid, Ricardo me avisa para comer, pues suele cocinar él, mientras que yo realizo gestiones en la oficina: le comento que quería volver a retomar el contacto con Pedro Piqueras y que me esperase un momento.

Así que, llamé a eso de las 13.30 a Tele 5, donde, por cierto, nunca antes me habían cogido el teléfono y, cuando le comenté quiénes éramos y qué hacíamos, me respondieron que me pasaban a informativos. Aquí me atiende una chica, Soledad, creo que se llama, y me pide que le envíe un email explicativo.

Escribí el correo, lo mandé,  y puse en copia oculta otro para Piqueras. Para ello, usé el mismo nombre de otra dirección antigua que tenía de él, pero, detrás de la arroba,  cambié y puse lo mismo que en el de Soledad,  ya que, desde 2005, trabaja en esta misma cadena. Luego, bajé a comer.

Después del almuerzo, subí a la oficina y ¡ya me había respondido esta chica!: estarían en el Teatro a las 10,30, una hora antes de que empezáramos. No sé si el popular periodista influyó en esto, ni creo que lo sepa nunca… pero lo cuento como ocurrió, por aquello de «agradecer es de bien nacer.»  

El sábado a las 10 de la noche, aparecimos, un par de minutos, en el noticiero, y las felicitaciones desde distintos lugares del país, fueron masivas. Nos aseguraban que lo merecíamos, que nuestro trabajo ha de ser, no sólo más conocido, sino, también, más reconocido. Le di las gracias a todo el mundo, porque a nadie le amarga un dulce, claro, pero, la verdad, es que no hay mayor reconocimiento que el que recibimos de nuestro público.

Sin ir más lejos, en Daganzo, hace pocos días, tuvimos una función inolvidable. El alumnado nos sorprendió por su alto índice de participación en el espectáculo y en el debate posterior, por su cultura y su entrega, por su calor y su cariño, hacia Ricardo y hacia mí. 

Y es que, en estos tiempos, donde, por desgracia, durante las giras, en contadas ocasiones, padecemos desagradables encuentros con cierto profesorado… últimamente, hemos observado, que la prensa, con honrosas excepciones, suele ignorarnos a Frazer, a mí y al propio Cervantes, para centrarse, en exclusiva en nuestro querido robot R2 D2… 

Por eso, esta representación en Daganzo, sin duda, la llevaré para siempre en el corazón.